4 de mayo de 2008

Paranoia


Entro al gimnasio, y para mi sorpresa hay más gente de lo habitual. Como siempre están las figuras masculinas demostrando con sus musculosas ajustadas, sus cuerpos altamente trabajados. También hay varias mujeres, pero a diferencia de otras veces, todas estas mujeres son casi perfectas. Sus cuerpos firmes y estilizados, su pelo bien prolijo, las caras bien maquilladas y ni una gota de sudor corre por sus frentes ni por sus cuerpos. La ropa que tienen puesta son escasas y hay perfección por donde se las mire. De reojo las observo con muchísima bronca y no entiendo como ellas, que son caras nuevas en el gimnasio están en mejores condiciones que yo. Con bronca comienzo a correr más rápido en la cinta, convenciéndome que así lograría algo similar a lo que se interpone ante mis ojos. Corro sin parar, las piernas ya funcionan por inercia y aunque se que me estoy auto-exigiendo, no siento dolor ni falta de aire ya que el resentimiento y el odio que corre en mi interior es aun más fuerte. Noto algo muy raro en el espejo que tengo frente a la cinta. Mi cara lentamente se está hinchando al igual que mis brazos y piernas. La ropa comienza a estirarse notoriamente. Sigo corriendo a pesar de que me doy cuenta que cuanto más corro, más crezco. Todos me están mirando, y al mismo tiempo me señalan y comentan algo acerca de mi cambio. Mientras me apuntan se ríen de mi. Carcajadas, insultos, susurros, todo esto tapa cualquier otro sonido ambiental. Todo gira alrededor mío, y no es algo positivo. Desesperada, bajo de la cinta y sigo corriendo. Corro a la calle, lejos de la gente. Sigo corriendo y sigo creciendo.

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