27 de junio de 2008

Irreconocible


Está en una calle solitaria y oscura y de lejos ve una sombra acercarse a él. Es la silueta de una mujer que cada vez se hace más reconocible ante sus ojos. Ya está a solo unos pasos y él la reconoce. Parece ser Jazmín, una vecina de la cual había estado enamorado desde que ella se mudó al vecindario a su corta edad de siete, pero que misteriosamente, luego de once años, desapareció con su familia sin previo aviso ni explicación. Finalmente se encuentra a su lado y lo mira dulcemente. Él se da cuenta que no es ella. Tiene su mismo aspecto, el cuerpo es exactamente el mismo y sus rasgos son exactos. Se mueve con el mismo estilo que antes y sus modismos son idénticos. Sin embargo, él sabe que esta hermosa mujer que se encuentra a su lado, no es Jazmín, no es ella. Hay algo extraño que le indica y le asegura que esta mujer es otra persona. Sin embargo él actúa con naturalidad y la trata como si ya la conociera de antes. De pronto la calle se convierte en un paisaje pintoresco, lleno de árboles y plantas, y cada una repleta de flores coloridas. Parecería un cuadro irrealista acerca de la primavera, ya que todo es demasiado perfecto. Conversan en el camino, y ambos sienten una conexión extraña que los une a pesar de que no se conozcan. Él la mira de reojo mientras camina y hablan, y no entiende como alguien puede ser y no ser al mismo tiempo. Sin importarle, le toma la mano y camina junto a ella.

Adrenalina


- ¡Más rápido!
Asoma su cabeza para adentro del auto y le pide al conductor más velocidad. Están adentro del auto, pero no uno culaquiera, están viajando en el auto naranja de los Dukes de Hazard. El interior va lleno, todos pelearon por su lugar, así que a ella no le queda otra más que viajar del lado de afuera. Se sujeta del espejito retrovisor del lado del copiloto y siente la adrenalina como una caída libre. El viento le tira el pelo hacia atrás, y el flequillo le golpea contra la cara. Nada la preocupa, porque viaja junto al auto que siempre quiso. Adentro están su hermano y el hombre que siempre le gustó. Pero no parece darles importancia, porque disfruta demasiado el sentimiento de peligro que corre por sus venas. No recuerda haberse bajado del auto, pero ahora camina por la playa, junto a estos dos hombres y una amiga más. No hay diálogos entre ellos, pero se nota en sus expresiones caras alegres de felicidad. Todo pasa rápido. Por sus entrañas hay un sentimiento raro que la impulsa a moverse sin parar. Está eufórica y todavía siente la emoción de aquél auto en el cual viajó, y se mezcla con las mariposas revoltosas que nacieron en su vientre como producto del amor que siente por este chico. Junto a él, se acercan a la orillita del mar y comienzan a correr hacia el. Sus rastas vuelan libremente por los aires y de a poco comienzan a salpicarlo. Ella lo sigue atrás con una sonrisa en el rostro. Están los dos sumergidos completamente. El agua es cristalina como una pileta recién limpia y se puede ver absolutamente todo. Igualmente lo único que ella ve, es a su chico y sus rastas que se mueven como patas de pulpo y lo ayudan a mantener su equilibrio bajo el agua. Se hace tarde y quieren volver. Estacionados justo en frente de la playa, hay cuatro relucientes karting de carrera. Cada uno se sube a uno diferente, aceleran lo máximo que pueden y juntos se pierden en el horizonte.

24 de junio de 2008

Camino a la luz

El cielo lentamente se convierte en una imagen borrosa difícil de distinguir. El suave celeste se está convirtiendo en un blanco intenso que lastima mis ojos, me paro y quiero caminar hacia él. Hay un camino largo, y la luz en el fondo llamándome. Mi curiosidad es muy grande. Estiro un brazo e intento alcanzarla, pero no llego. No desisto, sé que tengo que caminar. Escucho un ruido muy violento, seguido a otros agudos insoportables que me tiran al piso nuevamente. Ante mis ojos, una vez más un panorama completamente blanco. Quiero pararme, pero una fuerza extraña me tira para atrás y no me deja mover. Quiero buscar la luz, quiero saber que hay al final del camino, pero mi cuerpo pesa más que las fuerzas que pueda hacer, y no hay forma de moverlo. Mi cuerpo no responde, no funciona, no hace caso a mis pensamientos. Cierro los ojos para hacer más fuerzas y al abrirlos me quedo perpleja en asombro. Sobre mi rostro, veo más blanco, pero ya no es puro ni llamativo, ahora es simplemente un techo sólido y sucio. A mi alrededor, médicos, incontables médicos y enfermeras sosteniendo instrumentos de todo tipo. Se acercan a mí con sus cuchillos, y sin anestesia alguna me lo incrustan en la piel, como si fuera un cacho de carne en el medio de una mesa familiar. Les grito desesperada, pidiendo algún calmante, les trato de hablar, pero parecen no escucharme. Quiero golpearlos, alejar sus instrumentos, llamar su atención, pero no hay caso. Solo mis pensamientos acompañan a mi dolor, y no hay nadie quien me entienda. No me oyen ni responden a mis plegarias. Sus batas lentamente se van ensuciando con más y más sangre, y ante mis ojos, no son más que carniceros violentos, listos para rebanar lo que ven ante sus ojos. Siento temor y muchísimo dolor. Escucho sus voces, y oigo sus palabras. Dicen que no hay esperanzas, que ya estoy muerta. Cierro los ojos una vez más, para controlar mi dolor. Mágicamente ya no siento más nada, abro los ojos y veo nuevamente una luz brillante. Feliz, camino hacia ella.