20 de mayo de 2008

Deseo Carnal


- ¡No, No! Te digo que no puedo. Se llega a enterar mi novio y me mata. Después te busca a vos y también te mata. No es que no tenga ganas, pero no puedo.
Está parado adelante mío y no puedo contener ese cuerpo, esa mirada. ¿Por qué me gusta tanto? El quiere algo conmigo y yo quiero algo con él. Pero a mi novio lo amo. Esos labios, que ganas de arrancárselos de un mordisco. No aguanto más esta tentación. Después de haber esperado tanto tiempo, después de haberlo seguido secretamente a todos lados, después de haberlo buscado tanto sin tener éxito, finalmente está en mi habitación. Estamos solos y nadie nos molesta. Yo le tengo ganas y él a mí. Esto es más fuerte que yo. Me acerco y le muerdo violentamente los labios. Me volví una salvaje lista para devorar mi presa. Lo beso apasionadamente y mientras acaricio con una mano su espalda y con la otra su cuello. Esto se está volviendo muy interesante pero a la vez difícil de controlar. Ya está, ya me hundí, vamos a hacerlo con estilo. Le saco la remera y le siento la piel mientras suspiro. Mi respiración se está volviendo más agitada y sólo imagino su cuerpo desnudo. Lo beso nuevamente y él comienza a sacarme la ropa. Estamos en la cama tirados, el abajo y yo arriba con mis piernas en sus costados. Que bien se siente, que placer. Siento su corta pero fuerte respiración en mi odio y me impulsa a moverme cada vez más rápido. Cierro los ojos para disfrutar este momento, para no desconcentrarme con nada. …

- Ahh… sí

… Lo agarro fuerte de sus costados y abro los ojos con una mirada de satisfacción. ¿Qué pasó? No entiendo nada. ¿En donde está? ¿Por qué está mi novio en su lugar?

18 de mayo de 2008

Espectáculo


La sala está llena. Es la primera vez que veo tanta gente en el público. Una sensación de adrenalina pasa por mi cuerpo y me impulsa a moverme sin parar. Salto de un lado para otro atrás del telón y sigo espiando por la hendijita que queda abierta. Miles de personas esperando a que yo salga a entretenerlos. Escucho aplausos lentos marcando un llamado. Gritan mi nombre repetidas veces. Por mi mente tatareo la canción con la cual voy a empezar y me pongo la guitarra al hombro listo para salir. Nunca imaginé que vendría tanta gente a mi debut. Me siento tan exitoso. Cualquiera daría lo que fuera por estar en mi lugar. Salto en mi lugar un par de veces más y miro a mí alrededor buscando con la vista a mis músicos quienes también se están mentalizando para rockear. Tres… Dos… Uno…. Se abren los telones y corremos al escenario iluminado con diferentes tonos de rojo y cada uno ocupa su lugar. Obviamente, yo estoy en el centro del escenario con una sonrisa de satisfacción, listo para comenzar la función.
-¡Hola mi gente! ¡Gracias por venir!
Digo mis primeras palabras. Todos me miran en asombro, algunos con la mandíbula caída. Otros se tapan los ojos, y muchas chicas sonrojadas comienzan a reír. No entiendo nada. ¿Por qué reaccionan de esta manera? Siento un vientito entrar a mi cuerpo y me doy cuenta que no hay nada bloqueándolo. Miro hacia abajo y me quedo paralizado, perplejo, anonadado. Estoy desnudo.

10 de mayo de 2008

Es hora


Estoy en la relojería de mi padre. A diferencia de muchas veces, se encuentra mucho más oscuro, sin embargo el mínimo reflejo de luz que entra, rebota en los vidrios de los diversos relojes. Miles de relojes colgados por toda la pared sonando a destiempo, y cada uno con un tono diferente y particular. Tic... toc… tic… toc… Una orquesta de instrumentos desafinados y rebeldes marcando su propio ritmo. Cada aguja apunta a un lugar diferente. Algunas agujas se mueven hacia la derecha, mientas otras más rezagadas decidían girar hacia atrás. Las más perezosas van bien lento, y otras más aceleradas giran sin parar. Las horas pasan como segundos, y los segundos giran sin dejar que el minutero descanse. De repente siento un escalofrío entrar por mi cuello y escaparse por mis pies. Algo tenebroso y muy raro está pasando. Giro rápido en mi lugar, buscando a mi padre. No hay nadie y mi única compañía es el eco de mis pasos. Corro sin saber hacia donde ir, atormentada por el sonido de miles de horarios mentirosos que me persiguen a donde voy. En el camino tropiezo varias veces, la oscuridad sigue siendo la misma que antes. Me paro lo más rápido posible para seguir mi camino. Tengo miedo, mucho miedo. Tengo que seguir, tengo que encontrar a mi papá. El pasillo no parece reducirse pero ya no puedo volver hacia atrás. Después de una larga y exasperante maratón, veo una luz muy potente pero a la vez muy pequeña. Parece venir de un cuarto más alejado y esperanzada a que sea el final del pasillo acelero mi paso. Cada vez la luz se hace más potente y de mayor tamaño. Ya estoy más cerca. Comienzo a ver una imagen borrosa. Es algo tirado en el medio de la sala. Corro con curiosidad y me aproximo lo más que puedo. Todavía envuelta en el mismo sonido tenebroso de los relojes, llego a la sala y veo un cuerpo. Lo reconozco. Es mi padre. Está tirado en el centro del piso rodeado de su sangre. Sus ojos todavía están abiertos, pero es escasa su respiración. Desesperada me acerco a su cuerpo y le tomo la mano.
_ ¡Abrí los ojos! No me dejes…
Me tiro a su lado y lo abrazo. Mis lágrimas caen sobre sus cachetes y me mira por última vez con la misma dulzura que siempre. Tititi…tititi...tititi… Todos los relojes suenan al mismo tiempo por primera vez. Sus diferentes alarmas combinadas forman una gran bola de sonido. Mi padre cierra los ojos. Miro a mi costado y veo que todos los relojes están marcando las doce en punto. Todos, sin excepción alguna, marcan su hora.

5 de mayo de 2008

Libertad


Está en un parque gigante lleno de árboles. Sus hojas de distintas tonalidades de verde, naranja y marrón. Algunas hojas caen libremente de los árboles y bailan por el cielo al compás del sutil viento y siguen hasta aterrizar dulcemente al suelo. Está lleno de personas. Madres hamacando a sus hijos, parejas besándose en los bancos, ancianos caminando de la mano. Felicidad por todos lados. Sonrisas por doquier. De todas maneras el único sonido que se escucha, es el de las hojas crujientes que caen y el sedante silbido del viento. Se para en el medio del parque sobre un colchón de hojas y con una sonrisa estira ambos brazos y comienza a dar vueltas como una bailarina en su cajita musical. Cierra los ojos para agudizar sus otros sentidos. Comienza a disfrutar con mayor profundidad la suave brisa acariciando sus cachetes, el aroma del dulce otoño, el sonido de sus pisadas sobre las hojas secas. Pronto comienza a sentir gotas de agua que caen sobre ella. Sin atormentarse sigue disfrutando este momento y se da cuenta que para su sorpresa esas gotas se vuelven cada vez más espesas. Al abrir los ojos, puede observar la misma plaza disfrazada de nieve. Todo está completamente blanco. La gente es la misma, pero todos están vestidos para la ocasión. Guantes de lana, gorritos con pompones, bufandas que les dan veinte vueltas al cuello. Los colores de sus atuendos, resaltan evidentemente ante tanto blanco del panorama. Ninguno parece alarmado, la felicidad es la misma, solo que sus actividades cambiaron. La mayoría, grandes y chicos, madres e hijos, patinan alrededor de una pista que apareció a su costado, y lo hacen con las mismas felicidad que tenían previamente. Sin ninguna preocupación en su mente, sin tratar de entender nada, y siempre con la misma sonrisa, se sienta junto a un árbol, y toma un par de patines que encontró a su costado, se los pone, y sale a patinar junto a todos los demás.

4 de mayo de 2008

Paranoia


Entro al gimnasio, y para mi sorpresa hay más gente de lo habitual. Como siempre están las figuras masculinas demostrando con sus musculosas ajustadas, sus cuerpos altamente trabajados. También hay varias mujeres, pero a diferencia de otras veces, todas estas mujeres son casi perfectas. Sus cuerpos firmes y estilizados, su pelo bien prolijo, las caras bien maquilladas y ni una gota de sudor corre por sus frentes ni por sus cuerpos. La ropa que tienen puesta son escasas y hay perfección por donde se las mire. De reojo las observo con muchísima bronca y no entiendo como ellas, que son caras nuevas en el gimnasio están en mejores condiciones que yo. Con bronca comienzo a correr más rápido en la cinta, convenciéndome que así lograría algo similar a lo que se interpone ante mis ojos. Corro sin parar, las piernas ya funcionan por inercia y aunque se que me estoy auto-exigiendo, no siento dolor ni falta de aire ya que el resentimiento y el odio que corre en mi interior es aun más fuerte. Noto algo muy raro en el espejo que tengo frente a la cinta. Mi cara lentamente se está hinchando al igual que mis brazos y piernas. La ropa comienza a estirarse notoriamente. Sigo corriendo a pesar de que me doy cuenta que cuanto más corro, más crezco. Todos me están mirando, y al mismo tiempo me señalan y comentan algo acerca de mi cambio. Mientras me apuntan se ríen de mi. Carcajadas, insultos, susurros, todo esto tapa cualquier otro sonido ambiental. Todo gira alrededor mío, y no es algo positivo. Desesperada, bajo de la cinta y sigo corriendo. Corro a la calle, lejos de la gente. Sigo corriendo y sigo creciendo.

Dejarse Caer

Estoy como siempre en mi oficina revolviendo entre mis papeles desesperadamente buscando algo. No se con exactitud qué es lo que estoy buscando, pero siento la desesperación que me indica que es algo más que urgente. En mi cabeza comienzo a escuchar las voces molestas de mi jefe que retumban en mis oídos como zumbido de mosca. No entiendo claramente qué es lo que está diciendo pero sí se escucha su tono de voz molesto y sobretodo irritado. ¿Qué estoy buscando? ¿Cuál es mi apuro? ¿Qué quiere mi jefe y por qué está de tan mal humor? Freno un minuto y me pongo a pensar más tranquilo. Comprendo que entre todos los papeles que están pasando entre mis manos no está mi respuesta. Que puedo seguir buscando por horas y seguir perdiendo mi tiempo y seguiría sin encontrar nada. Desesperado, desahuciado, sigo pensando. Las voces en mi cabeza lentamente se están yendo y me comienza a invadir el silencio más aterrador que jamás presencié en mi vida. De pronto noto que a mí alrededor no hay más nada. Solo me rodea un panorama oscuro, negro, vacío, solitario y mi cuerpo cae sin un destino final por él. Caigo al abismo, caigo a la nada, caigo sin parar.